Quilmes es como la vida, no es como deseamos que sea, es como es.

Generalmente las autobiografías fracasan ya que no suelen ser las mejores pinturas de los autorretratados, de hecho las mejores biógrafos de alguien son sus hechos, sus milagros cotidianos, sus vínculos, sus pasiones, sus amores, sus caminos, sus derrotas y sus victorias. No sólo sabemos de San Martín por la liberación de Sudamérica, también dice mucho de él, su amor por la guitarra y el vino. Einstein, no sólo es recordado por la teoría de la relatividad y sus hallazgos científicos, también por su torpeza. Los hijos de sus colegas y amigos esperaban la visita de Albert, ya que siempre rompía algo: arreglos de mesa, jarrones, platos, etcétera. Manuel Dorrego no sólo es memorado por su injusto fusilamiento, también por ser un gran bromista: fue sancionado por San Martín, cierta vez que se burló de la delicada voz de Belgrano, entre tantos otros apercibimientos que recibiera a causa de sus bromas. Estamos hechos de muchas cosas, o como diría Pablo Neruda de su poesía, somos una ola hecha de todas las olas. Mi biografía, como la de tantos hinchas, está hecha, entre otras cosas, por la compleja historia del Quilmes Atlético Club (me niego a llamarlo “Atletic”, como fue fundado por los ingleses adictos al té y que generara el nacimiento de su archirrival “Argentino de Quilmes”, apodado el mate)

Wikipedia advierte que Quilmes es el club que más veces perdió la primera categoría en la historia del fútbol argentino; pero también el que más veces ascendió. Pienso en cómo se parece a mi vida esta definición: ¿Cuántas veces me fui al descenso, pero cuántas veces hice todo para volver a ascender? Y subo la apuesta, cómo se parece a mi Argentina: ¿Será el país que más veces se fue al descenso pero también, gloriosamente, el que más veces consiguió ascender? Dictaduras, crisis económicas terminales, neoliberalismo, pobreza, y de repente se pone de pie y juzga a los militares, y vuelve la democracia, y vuelve a caer, y vuelve la justicia social, y vuelve a caer y así. Sin embargo hay algo en esto de tener fe en el ponerse de pie, una fe tan argentina, tan del hincha de Quilmes que hasta podría llegar a decir que después de cada descenso, de cada crisis, no somos los mismos y que hasta - paradójicamente -somos mejores. Por estos días en que habita en mi la desazón de regresar a la B, recordé al mejor de los peores jugadores que se haya visto en el fútbol mundial. Un crack con mala fortuna, un habilidoso que nació con los pies equivocados, me refiero a Castro Villaselín, ex jugador, por supuesto, de Quilmes. A muy pocos jugadores se los ha visto hacer las cosas que a Villaselín: iniciar jugadas maradonianas desde la mitad de la cancha, eludir a cinco rivales,  alcanzar el área, superar al arquero y ahí, dejar su huella castrovillacelinsense  y mandarla a la tribuna. Cierta vez, en la cancha de Laferrere, Castro Villaselín tapó con su pecho un remate de un rival, evitó el gol y desde el área chica compuso una jugada que debiera ser recordada como “La gran Castro Villaselín”, desde el punto del penal comenzó a danzar con el balón, sus movimientos eran de una belleza muy pocas veces vista  en la historia de la cancha de Laferrere y diría en la historia del Nacional B (como se llamaba en los noventa a la segunda división) Villaselín comenzó a eludir rivales, eran un toro desdeñando a los toreros, no había espectador que no sospechara que estaba siendo parte de un acontecimiento irrepetible (no hay registros fílmicos de esta “contrahazaña” deportiva) porque el mejor de los peores jugadores dejaba la prosa del fútbol para habitar la poesía, de modo que Castro Villaselín, entre caños, bicicletas, y otros menesteres, eludió a los once jugadores de Laferrere, dado que el arquero se vio encandilado ante lo sublime de semejante jugada. Villaselín estaba solo frente al arco, fue entonces que el gran Castro, el que había dejado a todo el equipo rival revolcado en la cancha, el que hizo del público de un partido mediocre, testigo de un suceso extraordinario, mandó la pelota al circo que estaba instalado en el terreno lindero.

La hinchada de Quilmes no se quejó, la de Laferrere no se burló, todos sabían que allí había un distinto, un jugador que venía a enseñarnos – como Quilmes y sus descensos, como Argentina y sus crisis - el otro corazón de este juego que todo creíamos saber de memoria.